Cuando uno se pone a pensar en viajar por lo general siempre piensa en vacaciones, en hoteles de lujo, cruceros o compras, es quizá esa idea comercial que imponen las agencias o los vendedores de paquetes turísticos y al principio fue la idea que yo mismo tenía de viajar.
Al tiempo de mi primer viaje me dí cuenta que viajar era otra cosa, la idea comercial impuesta había cambiado radicalmente, me di cuenta que comer en la calle y hablar con un local, tenía un valor mucho más grande que estar en un colchón ultra king size de un hotel mirando la televisión, que el perderme y hablar con extraños me podía trasladar a donde un tour no me llevaba y alojándome con locales podía forjar amistades por cualquier lugar donde pasara.
Pero volviendo a la pregunta ¿por qué viajar? las primeras palabras que saltan en mi cabeza es PARA VIVIR, para dejar de ver ese panorama que se convierte en costumbre y que nunca le presto mucha atención por la maquina del «el día a día», para activar mis sentidos como nunca y estar atento todo el tiempo.
Para salir de la zona de confort y descubrir lo que no conozco, para abrirme a diferentes maneras de pensar, de sentir y de creer, para sentir esos aromas que no son comunes, para comunicarme en idiomas que no entiendo pero que alcanza con una mirada y un par de señas para saber de que se está hablando.
Viajo para aprender y entender a aquellos que nacieron en otro lado, para tratar de verlos menos diferentes y aprender de esas cosas que son comunes para ellos y que lo tienen en «el día a día» pero no lo son tanto para mi y me lleva algunos minutos de mi tiempo para poder comprender.
Viajo para derribar barreras y no la del idioma ni la de la religión, sino la barrera más grande que una persona puede tener que es la mental, para ponerme al menos por un instante en el lugar del otro y tratar de comprender su mirada de las cosas y practicar algo llamado empatía.
Viajo para valorar el entorno y saber entender que las creaciones del hombre son maravillosas, que la historia detrás de muros antiguos dejaron huella, muchas veces con sudor de la frente, y otras con la mismísima sangre.
Viajo para entender, que por más esfuerzo que el hombre ponga a obras de ingeniería compleja a la naturaleza le basta con pintar un atardecer mágico y hacer soplar una leve brisa en la cara como para robar el aliento como nada.
Viajo para ver lo insignificante y pasajera de mi existencia, para despertar y tomarme unos minutos para entender donde estoy y desprenderme un poco del mundo, de las luces que vende y que por momentos me cuesta tanto seguirle el ritmo.